Álvaro y París

Lo mejor de París fue Álvaro. Y eso que París es París. Una ciudad sofisticada, interminable, glamourosa. Vivir allí es como quedarse a dormir en un museo; hay veces que te confundes por tener tanto que ver. Una ciudad que esconde varias ciudades dentro. El barrio latino, Ópera, Montmartre, la Defénse, los Campos Elíseos, donde trabaja el padre de Mata…

El inicio fue bonito porque me esperaba Álvaro en la estación. Fieles a nuestros principios, lo siguiente que hicimos fue dormir. En París todo se hace con delicadeza. Nos tumbamos en las sillas de los Jardines de Luxemburgo y cerramos los ojos.

Después Álvaro empezó con sus preguntitas de siempre. «Javier, ¿tú crees que hemos aprendido en la carrera?». Yo hablé un poco de todo haciéndome pasar por culto, pero con Álvaro y Del Ama no cuela. «Pero Javier, por ejemplo, no sabemos nada de las Guerras del Peloponeso». Hay sentencias que fulminan.

Más tarde nos dimos cuenta de que a nosotros nos da igual el turismo. Lo mejor de la Torre Eiffel fue ver a los trileros del puente y morir de risa con un patinador con cara de superhéroe sudamericano pasado de peso. Allí mismo nos encontramos a Pablo Sarabia, futbolista del PSG, que le dijo a su familia: «Esto es un cacho de hierro». Además, Álvaro y yo reformulamos la idea de los museos. Para pasear por ellos tendrían que dar sillas con ruedas. Y que todos se fueran chocando unos con otros.

Para terminar la visita nos pusimos a hablar sobre las chicas en Montmartre y estuvimos diez minutos callados en el mirador del Sacre Coeur. Puede que los monumentos y las vistas solo sirvan para aclararte.

De mayor me gustaría vivir un tiempo con Álvaro. Quizás en el Peloponeso, así aprenderíamos un poquito de algo. Puede que el futuro siga estando en Grecia.