Hay semanas tan largas que parecen una clase de matemáticas. Siempre he pensado que una clase de mates dura más que un año. En esta pasé por dos vidas distintas: en casa y en mi otra casa.
El lunes estuve completamente feliz porque todo se quedó como estaba: jugué con mis abuelos al dominó, con Álvaro a la Play y luego bajé a casa de Mata. El martes me dio tiempo a reencontrarme con Yanig en una charla literaria: cotilleos, recuerdos y futuro. Luego ya me fui.
Cuando te vas de casa sientes los segundos del invierno en los que sales de la ducha y tardas en alcanzar el albornoz.
En el avión vi a una pareja que siempre repetía el mismo ritual antes del despegue: se tapaban los ojos con una revista. Yo nunca he sido supersticioso porque creo que a la larga da mala suerte.
El jueves me hizo mucha ilusión recibir a Mata, Maiki y Pedro. Les vi llegar a la universidad y por poco no lo creía. Vinieron de fiesta y no pudimos salir ni un día juntos. Pedro fue una centralita, llevó la sudadera más bonita y jugué con él una de las mejores partidas de ping pong de toda mi vida. Con Maiki siempre revivo alguna de nuestras charlas del cole, le gané 8-1 al Fifa y solo le faltó probarse aquel vestido. Los objetivos semanales y los caminos al colegio los empecé porque me fliparía que vierais todas estas historias en alguna película y muchos libros. Mata durmió entre rocas, probó el peor crépe de Francia y el cabrón por fin se rió en alguna risa colectiva. Por no cerrar bien la puerta no tuvimos despedida. De vez en vez las cosas no salen como uno planea. Pero cumplieron el objetivo de Nantes y un después: ellos también conocieron a sus Súpernenas. Mientras yo descubrí a Gema.