Del Erasmus solo me preocupaban dos cosas: ponerme malo y los exámenes. Nada de lo demás lo tenía controlado, pero me daba un poco igual. Mi primer miedo lo pausé con una promesa con mi doctora: «Si me pongo malo me vengo a verte». Me puse malo, fui a Madrid, pero no la vi. El segundo miedo lo preparé con otra promesa, esta vez a solas. Las promesas deberían ser secretas porque así luego no tienes que cumplirlas. «Estudiaré con la gente en las biblios y así no me pondré triste». Los exámenes fueron tan rápido que no me dio tiempo ni a ponerme triste. Y a la biblioteca solo fui para lo esencial: leer el Gran Gatsby e incordiar.
Del Erasmus también me acordaré de los restaurantes. Mis colegas me critican por abusar, pero sería como decirle a Vinícius y a Rodrygo que aún es pronto para triunfar: la juventud es brasileña y para ahora. Aún no tengo ninguna hija por la que ahorrar. Y yo que sé, estaría feo vivir en un hotel y todos los días pensar qué hacer de comer.
De este diciembre me encantó terminar de conocer a Irene y a Jorge, y que Ainoita fuera mi aliada en todas las charlas del pasillo. Yo creo que Irene sigue pensando que estoy loco, pero ella a mí me cae muy bien. Con Jorge me río tanto que este año quiero ser más bueno; por su excompi y por parecerme más a él.
De este diciembre me guardo un recuerdo para siempre. Una chica preparando café en una casa blanca, negra y roja, como mi camiseta. No nos gustaban los colores, y eso que juntos son mis favoritos.
Ahora que termino he pensado en un día en el Metro. Me puse a llorar un poco porque iba a estar varios meses sin Marcelo. Las lágrimas no me hacían falta; el Erasmus no habría sido lo mismo sin Marcelo al otro lado.