Hay veces, todas, que las cosas se terminan. También acaba esta columna, que se me ocurrió justo cuando no me quería ir. Y me ha servido para recordar en cada línea que ojalá pudiera volver.
La columna no hubiera existido sin Lucía. Sin ella probablemente ni habría salido de Madrid, entre las páginas del Crous, la firma electrónica y el vértigo a no tener mi vida de aquí. A Lucía también le debo que eligiera ese apartamento para la primera semana; ahí ya supimos que todo iría bien.
Vivir en un hotel cuatro meses me ha servido para todo. Gracias a esa cama y a ese pasillo me he sentido tan cómodo que no parecía ni un Erasmus. Aunque todo fue como pausar por un ratito toda mi vida. Cuatro meses son una medida medida, para hacer amigos de verdad y poder querer a una chica.
Nantes es una ciudad ideal para irte a estudiar, porque no existiría si allí no hubiera Erasmus. La universidad me encantó porque apenas había que ir y aprendí un poco de Marketing: es importante que las personas identifiquemos nuestras torpezas y aprovechemos nuestras habilidades.
Sobre todo aprendí de mis amigas. En Madrid nunca he tenido muchas y en Francia parecía que solo vivía con ellas, incluso el colega con el que más tiempo pasé llevaba el pelo largo. Solo por ellas me asomaría al pasillo con espuma de afeitar y en mitad de la ducha. Solo quiero que ellas sean las únicas que me metan caña, porque las admiro.
Lo mejor del Erasmus ha sido vivir con la gente, a mí que me gusta estar solo. Porque cuando te juntas es el momento en el que más te ríes, y el camino más sencillo para ser mejor persona.
Vuelvo un poquito menos egoísta y un poquito más pesado, porque ya tengo más historias que contar.
PD: Hay veces que conectas con la gente y no te hace falta hablar en ningún idioma. Pero θα σας λείψει