El viernes tenía tantas ganas de comer con Víctor y Fernando que llegué 45 minutos tarde. No es ninguna mentira. Me pasa lo mismo con los postres, que me gustan tanto que apenas los pido, y cuando me los traen muchas veces ni los termino. Las cosas que me gustan me las quedo pensando, y así se me pira el tiempo.
Esta vez pude condenar mi impuntualidad dentro del metro y también desde un Uber. Me juré varias veces que este sería el año de no llegar tarde, tras cinco minutos de semáforo en Nuevos Ministerios. Aunque ya soy un profesional de los retrasos. Me aseguré de llegar a la comida con un libro, y así al principio hablarían de mi libro y no de la hora.
Víctor y Fernando me recibieron riéndose, creo que esperando una historia imposible sobre mi tardanza, pero la única respuesta es que soy estúpido. Yo también me reiría, porque Víctor y Fernando comparten el mejor apellido de la historia. Gracias a ellos escribo. Joaka, así mencionaré a Víctor en mi discurso: “Todo se lo debo a él, sin la libertad que me abrió en su periódico nunca habría escrito sobre todo lo que se pasa por mi vida. Y no haberlo hecho habría sido vivir a la mitad”. Fernando me recuerda con cada comentario sobre las columnas que escribir es de los pocos vicios egoístas y solidarios, porque escribes para ti y sobre todo para los demás.
De la comida apenas me acuerdo, porque los platos me los pidieron ellos. Pero bueno yo os los apunto, por si queréis repetirlos: Eclair de parmesano relleno de steak tartar con mayonesa de mostaza, falso risotto de secreto ibérico y setas, terrina de cordero confitado, ñoquis y crema de nata reducida, y leche con galletas y chocolate. Seguro que volveremos, si invita Víctor.
Fuente Imagen: en 80 grados, con Víctor y Fernando de Elena