Lo que me hizo feliz y lo que no de la semana pasada.
Lo que sí
Una canción. Esta semana empecé el documental de Scorsese sobre Bob Dylan porque Javier Aznar lo desrecomendó. Justo Bob Dylan me empezó a gustar mientras mi mejor amigo me decía que no podía con su voz. También en esta semana mi madre entró en una tienda punk preguntando por un imperdible de Dylan. De Bobby me encanta que pasa de todo el mundo todo el rato, menos en sus letras. Y el viernes me enamoré de Positively 4th Street.
Mad Men. No veo series porque me intimidan las cosas que duran mucho tiempo. Con la primera temporada de Mad Men he superado todos mis miedos. Gracias a la señorita Draper, tan dulce; el traje de Don, tan imponente. Beber whisky con hielo y leche, fumar solo como lo hace él. Me dieron ganas de cambiar la columna por un eslogan.
Nantes. La semana pasada volví a Nantes porque quedaron asuntos por resolver. Un examen, concretamente. Y todas esas preguntitas de Andrea. Muchas veces miré por la ventana y vi nuestro hotel enfrente, calladito, como si nada hubiera pasado por la planta 3. No hay nada como salir de fiesta en el Erasmus, conocer a gente, y el lunes todo fue sobre patines. Me aseguré de dejarme cosas sin hacer; es la única manera de volver.
Un colega. Jorge me puso feliz la semana pasada. Me acogió en su habitación sin condiciones: pude ducharme todo el tiempo que quise y hasta me dejó ver el Valencia-Barça desde su cama. Con él yo creo que paso de restaurantes, me quedo con sus botes y botes de fabada. Tuvimos varias charlas que recordaré, como en la que se quedó dormido y en las que lo flipaba un poquito, riéndose con mis cosas raras. Confía en el tarot y que nunca te corten la melena, salvo que Irene sea la encargada.
Una exposición. El viernes fui al Reina Sofía con mi primo Sergio y nos encantó. Es mi museo favorito, pero solo rescatamos cuadros divertidos al llegar a la cuarta planta. Una exposición de Ignacio Gómez de Liaño que se llamaba “Abandonar la escritura”. El autor aparcó los libros y tiró todas las letras a los cuadros, con las que se puso a dibujar. Mi primo me dijo antes de entrar que él quería ser ingeniero, y yo le expliqué en cada planta mi plan para ser escritor.
Lo que no
Un defecto. El Pádel no podía ser un deporte tan perfecto. Juegas en pareja, te lo pasas bien con tus amigos, apenas sudas, llevas polo y usas la raqueta. Algo malo tenía que salir: las paredes. A quién le daría por ponerlas ahí. Cada vez que la bola toca en una de ellas reacciono de dos formas distintas: desconecto del juego o entro en un laberinto.
Aquel restaurante. La semana pasada cené en uno de los peores restaurantes de mi vida. Sin sorpresa, fue en un chino. En mitad del coronavirus y con dos colegas, con el consuelo de no haberlo elegido yo. La dueña, con solo una mesa ocupada, discutió en chino con su marido sobre si darnos de cenar, intuyo que revisando lo que ofrecían. Probé el peor y único ramen de mi vida, mientras un colega casi la palma con una ensalada de picante. Reímos más que comimos, pero bueno como siempre.