Ahora todos en la calle

La primera vez que bajé a la calle fue por el ruido. Estaba en la terraza y escuché a una niña gritar: “¡No quiero leer!”. Justo después sonaron muchas cacerolas. Llamé al ascensor y salí por el patio. En la calle había mucha gente. El primero al que vi llevaba un martillo y unas patillas bien guapas, la verdad. “No quiero al Gobierno”, oí esta vez. Era Polo.

Entre el ruido había un chico, rapado, que se limitaba a hacer encuestas y preguntas. Él se acercaba y la gente respondía. Se llamaba Biz y le faltó una pregunta: ¿Hasta cuánto sabes contar? A Cube le hubiera encantado contestar, pero aún estaba en su portal, dispuesto a salir a hacer nadie sabe qué.

Al cruzar la esquina de la calle había una chica sentada en un banco con una guitarra. Tú pasabas y podías pedirle una canción; ella cantaba y se llamaba Luisa. Todas eran muy bonitas y fue un detalle que no se animara con el Resistiré. Justo enfrente vi a Pol haciendo deporte. Se le notaba en la camiseta, como si llevara varias semanas cultivando su cuerpo y también su mente. Por si acaso, Lacaba estaba cerca. Acababa de abrir su centro de fisioterapia. Otras, como Cris Adán, preferían ir por el barrio montando a caballo, para evitar lesiones.

Tanto deporte y de repente me llegó un olor buenísimo. A comida. Venía de un restaurante nuevo, nunca lo había visto. Como ahora las cocinas se dejan ver, fui capaz de distinguir a los chefs: Garxi preparaba una hamburguesa de pulled pork y Mike Bañares se encargaba de las salsas. Lo malo es que había una cola larguísima en la entrada, y de pronto hacía mucho viento. Lo malo del viento es que no tiene peine.

A Helena Rubio y a Patri Cabrera no les afectaba mucho el viento. Las dos estaban posando, a cada lado de la calle, y eso que no estaba Lucía Soria para hacer fotos. A la que sí vi fue a Renata, en la rotonda del Kraus con un cuaderno y muchos bolis: se puso a dibujar cada parte del barrio. Por el Vips volví a escuchar mucho ruido, era como un cumpleaños.

Y lo era. Álvaro Sánchez cumplía 27 años y hasta las camareras lo estaban celebrando. La fiesta la organizó su novia y reafirmó algo que todos piensan: lo mejor del fútbol son las novias de los futbolistas. En la Ciudad de la Raqueta me encontré con María Pérez, que se quedó mirando un partido de tenis de Bob Dylan.

Fue una vuelta muy larga, pero también quería pasar por mi colegio. Por allí cerca me crucé con Anita Chicharro, que lideraba el costumbrismo de estos días. Otra vez escuché un ruido, como una pelea. Por suerte no lo era. Ordóñez estaba dando golpes a su saco de boxeo. Ya era el momento de volverse a casa, así que lo hice. Antes de entrar por la puerta de abajo me quedé pensando. Ni te imaginas cuántas cosas no han pasado. En estos últimos meses y en la historia de este barrio.