Un día, como todos, me puse a mirar por la ventana. Y de repente empezaron a salir hombres vestidos muy raros de un portal. Llevaban trajes espaciales, que en realidad eran EPIs, y después salió una camilla que atravesó el patio. En la calle había una ambulancia, o dos, quizás, y en la camilla yacía un hombre mayor. Se lo llevaban, con dos familiares en la puerta que no querían que se lo llevaran. Ahora no sabes si volverás.
Un día, como todos, me volví a asomar a la ventana. Y vi una camilla que entraba por la puerta. Esta vez la gente que la rodeaba vestía más normal. La camilla volvió a atravesar el patio, pero el hombre mayor ya no iba tan tumbado. Se levantó un poco y dijo, moviendo la mano: “Hola, vecinos”. El hombre se llama Carlos, y llevaba ingresado dos meses exactos. Al día siguiente, a las 8, el presidente de la urbanización le sentó en una silla en el patio junto a su familia, y puso para todos la canción favorita de Carlos. El hombre de 84 años estaba emocionado, y mientras sonaba su canción se dedicaba a saludar a cada ventana de la urbanización, como un gladiador romano.
Un día, ayer, mi madre entró en mi cuarto. Me dijo que el señor del puesto de loterías al que iba a echar el Euromillón había muerto. Era un tipo de los que molan, tranquilo, siempre que rellenaba los números con él delante pensaba que nos tocaría. Por la noche avisé a Maiki. Desde que nos sentábamos juntos en francés (por eso nunca aprendimos francés) planeamos nuestras vidas en función del Euromillón. Tenemos claro que nos tocará. Y ahora más. Lo haremos por él.