Ayer vi un rato la isla de las tentaciones porque un amigo me lo recomendó. Un amigo culto, además. Me dijo que se lee cuatro libros al mes. No sé de qué tipo.
Lo primero que sentí fue alivio: no hace falta ser tan guapo para ir a esos programas de televisión. Después ya me puse a pensar en mis movidas. Me imaginé con mis colegas en esa tesitura. Una fiesta en una piscina de chicos y chicas. Nosotros seríamos los típicos que nos dedicaríamos a robar casas pero nos entretendríamos en la despensa cogiendo cocacolas y comiendo patatas fritas. A nuestro rollo la verdad.
El programa me recordó a los restaurantes que abren y enseñan sus cocinas para ganarse la confianza de sus clientes. Solo con el gesto nos creemos que todo lo que preparan es fresco y de verdad. El problema no es que sea mentira, es que solo por enseñarlo pasaríamos por alto comer platos caducados. Ya hemos aceptado que nos brillan los ojitos con las tentaciones y que no nos resistimos al cotilleo. Para qué más.
Melyssa me pareció la más guapa de las chicas. Pero joder, quién se fía de esos nombres. Tom era el más guapo de los chicos. Yo si fuera él le diría a Melyssa: tengo algunas cosas que decirte que no debo.
No creo que vuelva a ver el programa pero no por nada; ya tengo suficiente con seguir los horarios del Madrid. Al final las chicas siempre son más listas. Porque pueden.