Quien haya leído “Los Santos Inocentes” (Miguel Delibes, 1981), sabrá quién era Paco, “el Bajo”, el secretario del señorito Iván, el que servicialmente le atendía en las cacerías de una manera en la que rozaba la perfección, capaz de “oler” la caza, rastrearla, encontrarla, y dejar asombrados al Subsecretario, al Ministro o al Embajador por su excelente técnica. Paco, el Bajo, marido de la Régula, sumiso en su condición de haber nacido para servir. Paco, el Bajo, también “humano”, pacífico y buen padre.
Sin ánimo de ofender (con cariño y respeto, disculpándome si llego a herir sensibilidad alguna), guardando las distancias, claro está, con este personaje de nuestra literatura castellana y universal, en las tierras y cortijos, no de Extremadura, sino de Fuencarral-El Pardo, transita y preside Javi, “el Banderas”, que tiene de Paco, el Bajo, la condición única no de humanidad, que ya le faltó varias veces presentarla, sin éxito, sino de servicial, de abyecta sumisión a quien le nombra y designa como Concejal Presidente de este distrito – y del castizo Chamberí –, nuestro alcalde, Martínez-Almeida (susceptible también del literario apodo). Y lo es, no por flexionar la columna al frente, cabizbajo, cuando el regidor pasa a su lado, sino por marcar el terreno (nunca mejor dicho) de estas, sus “fincas” del norte, con enseñas y símbolos, como los Tótem y Tabú freudianos, como de un neurótico se tratase, de la nuestra, madre Patria, la de todos. Y ejerce la labor, también con brillantez, como la de Paco, el Bajo, con la caza, humillado, mientras el acalde sonríe, con los pulgares en los sobacos del chaleco-canana, como decía el autor vallisoletano en la obra que hoy nos tiene en faena. Y no se trata sólo de una bandera. Tampoco de dos. Si no, por ahora, tres. Como queriendo replicar la “Rendición de Breda” de Diego Velázquez, con las lanzas (mástiles) presidiendo la escena de entrega de llaves a esos reverenciados – por su cercano Abascal – Tercios de Flandes. Y lo hace comprometiendo el erario municipal, aquel que es de todos, desatendiendo otras prioridades y desviándolas a gastos que aportan poco o nada a resolver las verdaderas necesidades materiales de esa, su ciudadanía.
Y hoy tenemos tres, pero como hacía el Azarías, el cuñado de Paco, el Bajo, que contando pasaba del once al cuarenta y tres, nos despistamos y contamos con muchas más enseñas los próximos años. Y la casa sin barrer, sin bibliotecas, sin calzadas arregladas, sin polideportivos o con las calles sucias y abandonadas.
Javi, el Banderas, presume de “prestancia” y altanería, no como Paco, el Bajo, que sirve con humildad, incluso herido, a la señora Marquesa o a Pedro, el Périto o al señorito Iván, o a quien venga de la Casa Grande (coincide que en el pueblo de Fuencarral también contamos con una), y se pasea con esos amplios foulards o esas enormes bufandas sobre sus modernas chaquetas de corte juvenil, con el riesgo de salir un día de su casa, si se despista, con una ciclópea bandera sobre sus hombros.
Los miles de euros que ha gastado en enseñas y en mástiles serán, seguramente, los principales méritos por los que quedará Javi, el Banderas, en nuestro recuerdo. Y también su perfecta y calculada sumisión al líder y al partido, que le aportan comida y techo y le apesebran su futuro. Quizás su sonrisa, como la del Azararías, babeante y masticando la nada, será lo único que nos quedará de Javi, El Banderas, en la memoria de la ciudadanía. Porque lo que ha hecho ha sido exactamente eso: pasar casi dos años gestionando la nada; masticando la nada.
Fernando Mardones, es vecino de Montecarmelo y responsable de @paumontecarmelo