Voluntarios organizados a través de chats públicos trasladaron enfermos, embarazadas y personal médico hasta los hospitales durante la gran nevada.
Viernes, nueve de la noche
Eran las 21:15 horas cuando el doctor Juan José Ríos, del hospital La Paz, pone un mensaje que inmediatamente pausa la conversación existente en el grupo: “Necesitaríamos trasladar comida al hospital de Cantoblanco desde el Hospital La Paz. ¿Sería posible tener ayuda?”. Al instante contesta un voluntario desde su Land Rover: “¿Hora y lugar?”.
Durante el fin de semana de la gran nevada, decenas de conductores organizados bajo el lema “SOS 4×4” se pusieron a disposición de personas que quedaron atrapadas en mitad de la nevada, en casas o puestos de trabajo para tratar de facilitar su regreso a sus viviendas. Solo había una orden: priorizar los traslados a enfermos y personal médico que llevaban horas trabajando y no podían volver a sus casas, o necesitaban relevar a sus compañeros.
La comida del hospital de Cantoblanco se cocina en el hospital Rodriguez Lafora, situado a menos de un kilómetro. Cada día, un pequeño camión recoge los menús y los traslada a través de un camino, pero la nevada hizo imposible dicho traslado. Unos minutos después se publicaban las instrucciones: “la comida se la entregará la persona que está en la garita de seguridad del Lafora. La recogerá el supervisor de guardia de Cantoblanco”. Dicho y hecho. Un rato después, y aunque algo más tarde de lo habitual, los enfermos tenían la cena en sus habitaciones.
Los hospitales citados dependen de La Paz, cuya responsable de comunicación confirma que los voluntarios continuaron llegando a lo largo de la noche: “Estuvieron haciendo traslados de personal desde Cantoblanco hasta el metro de Begoña hasta el domingo por la mañana”, afirma Rocío Buendía.
Historias que contar
Elizabet tenía programado su embarazo para el martes 12 en el Hospital de La Paz. Vive, junto a su marido Rubén, en Méntrida (Toledo), y el viernes habían venido a Madrid a visitar a unos familiares. La gran nevada frustró su vuelta a casa y tuvieron que quedarse en el barrio del Pilar. “El lunes teníamos que hacernos las PCR y decidimos coger el Metro a las siete de la mañana para llegar a La Paz a las nueve. Estuvimos una hora esperando para entrar”, debido a los controles de aforo anti-covid que ha impuesto Metro de Madrid. Por el camino, Eli se resbaló por el hielo y estuvo a punto de caer.
Una amiga les facilitó el teléfono de Fernando Mardones, coordinador del grupo de ayuda en Montecarmelo y Las Tablas: “Actuaba como una centralita, recibía las incidencias y las distribuía entre los distintos conductores”. Fernando (@paumontecarmelo) es conocido en su barrio por haber presidido la asociación vecinal e implicarse en distintas luchas sociales, y viendo el estado del barrio, hizo un llamamiento para buscar conductores que pudieran colaborar. Consiguió juntar a ocho.
Entre ellos se encontraban Marisa y Mario: “La cosa se puso muy sería el viernes. Pensamos que tendrían que ser los servicios de emergencias los que actuasen, pero el sábado empezamos a contactar con gente y nos dimos cuenta que había que hacer algo”. Mario es aficionado a los 4×4, sale a disfrutar con el suyo por el campo, y a través de sus grupos habituales conoció la existencia de los canales de ayuda “SOS 4×4”.
En uno de ellos, un chico joven necesitaba ayuda en Montecarmelo: se había roto un ligamento de la rodilla y no podía moverse. Le recogieron y trasladaron a La Paz. Nada más dejarle, una pareja les pidió ayuda llevar a su hijo recién nacido a casa. Tras un primer traslado vinieron otros seis: “la jefa de planta de neonatos de La Paz nos pedía el favor de trasladar a las familias porque estaban desbordados”, afirma Mario.
A las 7:20 horas del martes 12, Marisa y Mario estaban, con su todoterreno, en el portal de la vivienda donde se alojaban Elizabet y Rubén. Ella tenía preparado el parto a las 8 de la mañana: “Estaba todo helado y era imposible que hubiéramos llegado”, cuenta Rubén. Su hija Carmen acaba de nacer y viene con una bonita historia bajo el brazo.
«Transportamos gente, pero no somos técnicos sanitarios»
“Nos acostábamos a las dos de la mañana y nos levantábamos a las seis. Hemos intervenido 22 veces, siete traslados por nacimientos y cinco por quimioterapia. Estamos muy cansados, pero muy contentos y satisfechos. Nos quedamos con la sensación de alivio que les dábamos al volver a sus casas. Sientes la gratitud de esas personas, la alegría que llevaban los recién nacidos. Nos hemos hecho una foto con todos”, cuentan Marisa y Mario.
Ellos también han vivido la parte dura del voluntariado: Tuvieron que trasladar a diálisis a un anciano desde Hortaleza. Tenía una movilidad muy reducida y vivía en un primero sin ascensor: “llamamos a todos los vecinos y conseguimos una silla de ruedas, pero no sabíamos cómo actuar. Nosotros transportábamos, pero no somos técnicos sanitarios, no sabemos cómo manejar ni por donde coger a este tipo de gente”.
El alivio que les queda es el compromiso de la gente: “nos entró una llamada de dos hijas de Montecarmelo que tenían que llevar a su madre a Sanchinarro a realizar un tratamiento de quimioterapia”. Se ofrecieron a traerlas de vuelta, pero decidieron volver andando por la nieve durante hora y media: “No queríamos ocupar el hueco, para que pudierais hacer más traslados”, les dijeron unas horas después.
El suyo es el barrio más septentrional de la capital, pero todavía más al norte se sitúan varias dotaciones públicas, entre las que se encuentra la residencia Doctor González Bueno, la más grande de Europa. Unas trabajadoras llamaron el domingo por la mañana porque necesitaban medicamentos y llevaban allí 48 horas, solicitando ayuda para poder ser relevadas. Mardones gestionó el traslado del personal de la farmacia y la rotación del personal a través del grupo de voluntarios del barrio. “El sábado por la mañana bajé al perro a la calle y vi el barrio impracticable. Paré a un 4×4 que estaba circulando y le pregunté si estaba dispuesto a echar una mano en caso de urgencia. El resto vino solo”, comenta.
35 horas al volante
“Yo fui el liante”, cuenta Daniel, responsable de Talleres Dayre, en la calle Ribadavia. Se levantó a las 9:30 horas del sábado para bajar a jugar con sus hijas a la nieve, pero tenía un ruido constante en la cabeza. “Conozco la nieve. Viendo la que había caído, sabía que iba a haber calamidades”. Tenía guardado en el garaje un Ford F50 de 500 caballos, “una bestia”. Colgó un post en Facebook y contactó con hospitales y amigos policías o bomberos para echar una mano en lo que pudiera: “con esto podía ayudar a mucha gente”, pensó.
Su decisión fue todo un acierto. El mensaje llegó a Fernando Cifuentes, quien tras ver el estado de las calles había mandado un whatsapp a todos sus contactos para conseguir vehículos que pudieran atender urgencias. Se juntaron hasta un total de diez vehículos y dieron servicio a los hospitales La Paz y Ramón y Cajal.
“El caso más complicado fue una señora que iba a ser operada a corazón abierto en la Clínica Quirón de Pozuelo. Su operación era a vida o muerte. Íbamos muy preocupados”. Como su tocayo, Fernando coordinaba desde el barrio del Pilar los avisos que llegaban y los ponía en conocimiento de los conductores: “ellos son los grandes protagonistas. Al final nos ha quedado una buena amistad”, finaliza.
En total, Daniel ha realizado 800 kilómetros por todo Madrid durante el fin de semana. “Entre el gasto en gasolina, unos 400 euros, y lo que he dejado de ganar con mi negocio, todo esto me ha costado unos 1000€”, afirma, muy cansado, tras atender esta llamada. No todo han sido buenos momentos: “el domingo por la mañana, un tipo quiso pegarme y abrir mi coche. Su perro, que iba suelto, se tiró a la carretera. Tuve que frenar muy bruscamente y empezó a amenazarme”.
Ha estado al volante más de 35 horas durante tres días, pero no por ello hay momentos que dejan de merecer la pena: “el traslado más complicado fue el de un chaval de Montecarmelo que se estaba ahogando. También trasladamos a un señor que necesitaba diálisis urgente: “su hija me dio las gracias mil veces”, afirma.
Al rescate del personal del hospital de emergencias
Manu tiene 20 años, conduce un Land Rover Santana del año 1988 y se unió a última hora del viernes al chat: “Vivo por la zona de Barajas. Si alguien necesita transporte urgente que contacte conmigo”. Trabaja como repartidor y ese día ya decidieron utilizar su vehículo para hacer los repartos del día: “A mi vuelta, cuando empezó a nevar, vi a los coches patinar y pensé en que podía echar una mano”.
Al principio lo iba a hacer por su cuenta, pero su padre se sumó a la ayuda como copiloto: “Atendía las llamadas y me decía a donde teníamos que ir”. Varios de sus desplazamientos fueron a Valdebebas y al hospital de emergencias Isabel Zendal, cuyos profesionales también se quedaron aislados tras suspenderse el escaso transporte público de la zona. “Estuve todo el sábado y el domingo por la tarde trasladando gente, incluso después de trabajar. Estoy cansado, pero estoy bien”, finaliza.
Todos ellos coinciden en la satisfacción de haber podido aportar su grano de arena: “Si a mis padres les pasara algo así, me sentiría con esa impotencia, y me hubiera gustado que alguien hubiera estado ahí”.