La pizarra tradicional ha sido arrinconada en las aulas por la irrupción de las nuevas tecnologías. Sin embargo, esta herramienta milenaria sigue siendo eficaz y se revela como imprescindible con los nuevos alumnos hiperdigitalizados.


Ignacio Asenjo Salcedo

Director del IES Gregorio Marañón


Asistimos al auge y la popularización de las tecnologías, que, por unas u otras causas, nos invitan a creer que cualquier cosa será mejor si incorpora los últimos avances. El ejercicio docente no ha permanecido ajeno a esta fabulación y así las aulas se han venido llenando de ordenadores, tabletas, libros digitales, etc. La tecnología genera consumo (compra de equipos, actualizaciones de los programas, incremento de la factura de la luz…), pero no siempre es sinónimo de más y mejor enseñanza-aprendizaje. No seré yo quien ponga en duda los beneficios irremplazables que han aportado las tecnologías de la información y la comunicación a la formación académica de los estudiantes, pero déjenme por unos minutos reivindicar la pizarra desde una perspectiva profesional, sin caer en la melancolía ni llevado de la moda vintage.

En mi instituto todas las aulas están equipadas con proyector-pantalla-ordenador que el profesor utiliza diariamente para impartir sus clases. Conozco centros educativos donde se han eliminado las pizarras, mientras que en el nuestro recientemente hemos aumentado el tamaño de la superficie de pizarra hasta los 8 metros cuadrados por aula. No me refiero a pizarras digitales, sino a la pizarra tradicional, al encerado de toda la vida. Esta innovación ha sido demandada por los mismos profesores que se desenvuelven con naturalidad entre aulas virtuales, blogs, clases en streaming y tienen canales propios en Youtube.

La tiza, compañera de la pizarra, es una herramienta excepcionalmente eficaz. Puede que algún lector asocie la enseñanza en la pizarra con el mal momento que haya podido pasar en ocasiones al ser requerido por el profesor a responder a sus preguntas ante el resto de la clase, o le traiga a la memoria la muñeca diestra o siniestra, tanto más cansada cuanto diligente fuera para copiar en el cuaderno lo que el profesor escribía en el encerado, antes de borrar y recomenzar el proceso. Hoy la pizarra sigue siendo una herramienta pedagógica si cabe aún más necesaria que entonces. Veamos las razones de tan aparentemente insólita afirmación:

Los alumnos han perdido capacidad manual para escribir y dibujar. Sus destrezas digitales se limitan a dos dedos de diez que saltan a toda velocidad de tecla en tecla sobre la pantalla táctil. El desarrollo prensil de las manos fue un elemento vital en el proceso de hominización. De seguir por estos derroteros digitales los dedos se transformarán, de manera similar a como lo ha hecho la pezuña del caballo.

Ambas destrezas, escribir y dibujar, son esenciales no solo para representar pensamientos o imágenes, sino para pensar. El binomio tiza-pizarra es lo más parecido al del lápiz-papel. Son incontables los ejemplos de creación de obras literarias, plásticas o ecuaciones físicas que se gestaron con un humilde lápiz sobre un trozo de papel. La concreción gráfica de un pensamiento, el proceso de razonar y discurrir, no necesita artilugios más sofisticados.

Cuando el profesor se sirve de la pizarra para enunciar, desarrollar y resolver un problema matemático o realizar un análisis sintáctico, el conocimiento fluye en tiempo real. Se crea una experiencia de aprendizaje única. Además es una enseñanza moldeable, en tanto que éste puede borrar la pizarra y volver a la explicación introduciendo las variaciones que estime convenientes para que el alumno mejore su comprensión; resulta un sistema mucho más enriquecedor que el de marcha atrás-reinicio-pausa-reinicio sobre el contenido cerrado de un tutorial de internet.

Einstein frente a una pizarra. / El País.

Es un sistema de enseñanza económico, sostenible y sin impacto ambiental. El relato de que la tecnología es limpia y eficiente no es cierto. La tecnología siempre viene acompañada de un importante gasto de luz y de una huella ecológica implícita en los componentes y materiales que se usan para la fabricación de los dispositivos electrónicos.

Las tecnologías han resultado ser adictivas. Los estudiantes pasan ya demasiado tiempo al día frente a una pantalla y ello empieza a acarrear un grave problema para la salud ocular y para el desarrollo emocional y social de niños y adolescentes. Por contra, la pizarra es el campo de intervención del alumno y del profesor, de confraternización y de confrontación entre el saber y la ignorancia, entre la resolución y el resultado, entre la explicación y la constatación de lo aprendido.

El confinamiento y las clases semipresenciales han destapado la herida y han quitado la venda de la fascinación desmesurada por la tecnología en la educación. Desde inicios del presente curso escolar nuestros alumnos se han aplicado a cumplir las indicaciones sanitarias con el objetivo de mantener las clases con la mayor presencialidad posible. Este año 2021, a las puertas del comienzo del proceso de escolarización, las familias han dejado de preguntar por tabletas, libros virtuales y pizarras digitales. Se sorprenden agradablemente que nuestras aulas. además de con equipos electrónicos, estén también y tan bien equipadas con dos grandes pizarras de las de toda la vida.