Loquesí y loquenó #28

Lo que me hizo feliz, lo que no y lo que no sé de este fin de semana.

Lo que no sé

Viernes por la mañana. El error fue mío. Un fin de semana jamás puede empezar un viernes por la mañana. Así das tiempo a que ocurran demasiadas cosas, y los findes duran poco por algo. Como el amor. Cuando crucé esa puerta no sabía nada de lo que iba a pasar. Nunca lo he sabido con ella. Es un tipo de amor que se me da mejor mirándolo hacia atrás que hacia delante. Por eso lo primero que hice al salir de la casa fue ponerme a repasar: en pareja, con mis alumnos de pádel de Deloitte. Estamos aprendiendo a cortar, pero aún vamos jodidos. 

Lo que sí

Viernes por la tarde. Por la tarde me quité los calcetines blancos para ir al golf con mis amigos. Nos pasamos toda el rato riéndonos de un pibe de una mesa de al lado que era una mezcla de todos los personajes del Hormiguero. Y de un comentario de Monís. Gracias a Nico y Chozas nos regalaron una tortilla de patatas, y Monís, que se tuvo que quedar sin adjetivos en aquel momento, dijo ante todos: “Es increíble el color que tiene esa tortilla”. De qué color quieres que sea una tortilla, hijo de mi vida.

Lo que no sé

Viernes por la noche. Por la noche volvimos a quedar porque yo soy muy tonto y además soy un tonto con preguntas. Esta vez no quedamos ni en casa; un portal quedaba mejor para ponerse luego a escribir canciones. Yo llevaba una botellita ridícula de Larios y ella bajó con un paquete de galletas. Toda una declaración de intenciones. Lo que pasó dura más que tres años, pero algo menos que una canción.

Lo que sí

Viernes de madrugada. Al salir del portal intenté pillar una bici pero a esas horas por mucho que te empeñes las cosas no funcionan. Acabé con Cortegana y Onrubia en una casa llena de drogas. Al menos había un sofá con mucho espacio para estar triste. Desde ahí contemplé cómo un pibe no paraba de esnifar cocaína, y segundos después se arrodillaba a Lola para pedirle matrimonio. No hacía falta tanta cocaína para pedírselo. 

Lo que no

Sábado por la tarde. El sábado perdimos la Liga y casi ni me di cuenta. Me quedé sentado en mi sitio favorito de Alonso Martínez esperando a mis colegas como si estuviera flotando. Me dio igual hasta llegar media hora antes. Hubiera agradecido un puñetazo. Ahora que lo pienso, fue el día ideal para perder la Liga. 

Lo que sí

Sábado por la noche. Después llegaron Álvaro y Del Ama y me puse contento. Compramos cervezas y hamburguesas y nos sentamos al borde de una puerta en la calle Campoamor. Nos pusimos a criticar a la gente de más de treinta y cinco años y por poco no lloramos. En esos sitios te pones a hablar de toda tu vida, como si estuvieses escalando montañas con Jesús Calleja.

Sábado de madrugada. Cuando iba a cerrar el metro fui a la casa de Fer con todos mis amigos. Fer tiene muchas casas y cada una es más bonita que la anterior, al menos las que conozco de momento. Me senté al lado de Jimeno para que se pusiera a contar historias, además ese día iban a ser las mejores, porque las iba a contar con Polo. Polo trajo a dos colegas; uno se había estrellado con un coche en un circuito de carreras y el otro parecía que venía solo para echarse a conducir.