En septiembre todo el mundo se va de Erasmus. Un bum. Varios colegas se han ido este mes a Roma, a pasear por Via Veneto, a salir de fiesta por las Catacumbas. Hay algunos que nunca se pudieron ir, pero esta semana leí una noticia esperanzadora: von der Leyen ha propuesto un Erasmus para ninis. Un Erasmus para la gente que no se pudo ir de Erasmus.
Von der Leyen es una mujer muy lista. Aunque no lo parezca, Europa necesita a toda su juventud. A la que trabaja, la que se droga, la que no hace nada, y hasta la que se pone a escribir. Los chavales que van por ahí sacando dieces no serían lo mismo si no hubiese otros fumando en los parques. Todos suman uno más. Los ingenieros que ya trabajan y la gente que se tira en el sofá. Ahora, que tan penado está perder el tiempo, es más difícil pasarse diez minutos seguidos mirando por la ventana que estudiar en la Universidad.
Estos días estuve pensando cómo sería irse de Erasmus a Madrid. Montando en bici todas las noches, cuando ya no queda nadie, y bajar por las cuestas en las que desemboca El Viso. Cenar pizza de madrugada al lado de Tribunal. Ser un pijo por Ponzano y también bastante por los Bajos. Ver pelis en los cines Verdi y jugar al pádel a la hora de comer. Tener novia los domingos y ser un lover cada viernes.
Lo malo de Madrid es que no le serviría a von der Leyen como destino: los ninis que viniesen aquí no querrían ser otra cosa el resto de su vida. Lo bueno de Madrid lo dijo alguien: Madrid es como esos amigos que ves cada cierto tiempo y todo sigue igual.