El único deseo que pedí al soplar las velas de mi cumpleaños fue no ponerme malo. Tuvo el mismo efecto que aquella vez en mi Erasmus. Me compré una libreta solo para ir apuntando los días en los que seguía sano.
A los quince días de soplar las velas ya me he puesto malo. Está bien no cumplir tus deseos con tanta puntualidad. Además me puse malo de una forma muy dolorosa. El jueves por la mañana supe que estaba jodido pero no fue hasta por la tarde cuando me puse peor. A las 18:10 volaba a Roma con mis colegas y justo cuando estábamos a punto de embarcar les dije que no iba a viajar. Si fuera ellos hubiera tenido miedo de subirme a ese avión, pero ellos no suelen tener mucho miedo.
Al menos al volver a casa me subió la fiebre; así apenas pude arrepentirme. Aún sigo malo, me consuela saber que si hubiera viajado a Roma hubiese fallecido. Esta vez mi colega Nico me escribió la columna al mandarme un mensaje de ánimo: “Rodra, una vez dijiste que lo que más te gustaba de viajar era volver a casa”. Parece que lo hice a posta.
Tenía muchas ganas de ir a Roma, y recorrer la ciudad poco a poco, a la romana, como decía Enric González. Con mucha parsimonia y mucho cuento. Y contarle a mis colegas que por sus calles Caravaggio mató a un tipo porque le había ganado un partido de tenis.
Para los próximos deseos me dan igual las veces que me haya puesto malo. Y el destino (Roma, preferiblemente). Mi próximo deseo es viajar con todos mis colegas.