Todas las primeras veces que he querido de verdad ha sido de golpe. En un momento del principio, nada más verlo, te paras y te dices: esa es mi chica, ese es mi colega, esa es mi serie.
A mí no me gustan las series, así que Mad Men no tendrá competencia. Siempre será mi serie favorita. Me la recomendó Cortegana; otro amigo que conocí por el estilo. Ese tío mola. Fue lo que pensé nada más llegar a la redacción. Él no debió pensar lo mismo, porque me tuvo un par de meses a prueba (hasta septiembre no me abrió su Instagram).
Mad Men fue mi serie favorita desde el primer capítulo. Por eso he tardado casi dos años en verla. Pasase lo que pasase, me iba a dar igual.
Siempre he creído que las vidas tienen que ser perfectas. O al menos las vidas a las que aspirar. Por eso me dan miedo las desgracias, los errores, las malas decisiones. Suplantar una personalidad, tener un hijo que no buscabas, escandalizar a tu familia. Que te rompan el corazón y a los diez segundos responder al teléfono como si nada. Sin lágrimas, bien vestido, guapo, con tu mejor voz.
En Mad Men no hay ninguna vida perfecta y todos siguen. Hasta dejar un elenco de personajes totales, perfectos, aun rotos, con un pasado que les persigue pero jamás les impidió continuar. Yo sigo queriendo vivir una vida perfecta, y gracias a Mad Men ya no me da miedo.