Loquesí y loquenó #30

Lo que me hizo feliz y lo que no del mes de febrero.

Lo que sí

Una camiseta y una despedida. El mes empezó por todo lo alto. Los regalos de cumpleaños tendrían que darse con cuatro meses de retraso. En una de las muchas despedidas de Guille, Cortegana me sorprendió con una camiseta del Madrid firmada por los jugadores. Al fin averigüé la firma de Benzema y borré de su lado todas las demás. No borraré otra de las despedidas con Guille. Recién salidos de una discoteca nos compramos cada uno una bolsa de Cheetos, nos paramos en una calle estratégica y cuentan que nos pusimos a llorar.

Una visita y unos fetuccini. Al trabajo es mejor ir de visita. Cuando voy al periódico procuro que sea así. Esta vez fui a ver a De la Riva y me encontré con Machicado. Nos levantamos en mitad de la redacción para hablar de música y escuchamos al fondo que llamaban a un tal Javier. Los dos nos llamamos así pero nadie nos llama así. Salvo el director, que le llamaba a él. Antes me bajé a comer con Mario al Tito. Siempre he aprendido cosas de él. A ver si para la próxima investiga la receta de los mejores fetuccini de calabacín que he probado en mi vida. Las chicas de la mesa de al lado se asomaron al plato; lo pidieron para todas.

Un saludo y un rato en coche. Lo mejor de jugar al pádel con Joaka y Mata son los ratos de después en el coche (sobre todo para Mata, que le da por perder). Al fin en febrero pudimos volver a quedar. Estar con tus amigos de toda la vida es una bonita manera de estar. Me dejaron en casa y justo bajaba mi madre a andar. Activamos el protocolo: mascarillas puestas y unos saludos. A mi madre le hizo mucha ilusión, vernos con mascarillas y que sigamos juntos.

Un cuestionario. El cuestionario Proust yo creo que se inventó para hacer colegas. Uno de mis favoritos seguro que fue el de Jaime. En la sede de DUX, al lado de mazo ordenadores y mandos de la Play. Al mejor jugador de Fifa de España lo que más le mola es ir a uno de esos sitios a tomar café y echarse a leer. Un tío que mola. Espero que la respuesta de la chica más guapa de Madrid no raye tus planes. Creo que el domingo lo sacamos.

Un restaurante y la cola de un concierto. En febrero volví a Barrutia y el nueve, uno de mis restaurantes preferidos. Además muy bien acompañado. Carro enfrente y Pablo Montesinos al lado, justo en el día del cese de Casado. Salmorejo de remolacha y cachopitos de steak-tartar. Al acabar la comida me quedé hablando con dos hombres de otra mesa. Dos directivos de CEPSA que me contaron dónde comía Rajoy. Nos caímos tan bien que al día siguiente el hijo de uno de ellos me buscó por Internet y me escribió, solo para decirme eso, que a su padre le caí muy bien. Después fui al concierto de Radio 3. Me lo pasé igual de guay en la cola que dentro. Natalia confesó su mayor atractivo para los chicos (algo inconfesable) y Guillorme la apoyó (erróneamente) al decir que yo no era el más listo. Dentro lo mejor fue otra confesión: de amor, en mitad de una canción de Carolina Durante.

Lo que no

Dos heridas. A principio de mes me salió una herida en un dedo. Una herida autónoma; salió de la nada. Y cada día estaba peor, con lo que eso implica (búsquedas en Internet que solo conducían a la muerte). Barajé la opción de amputarme el dedo y también de retirarme del tenis, seguramente la causa de la herida. De repente se fue. A final de mes otra herida. Estaba comiendo rápido y me mordí la lengua. No fue como otras veces. Me dolió muchísimo. Me miré al espejo y estaba sangrando demasiado. Metí la boca en el grifo a ver si el agua tapaba la fuga. Mi madre ya se preparaba: “Javi a lo mejor te tienen que dar puntos en la lengua”. Y la lengua paró de sangrar.