La mejor parte de “La peor persona del mundo” (Joachim Trier, 2021) es casi toda la película. Hay un momento en que la protagonista, diez años más joven que su novio, se va de fiesta sola y se cuela en el final de una boda. Allí conoce a otro chico que le gusta, y se pasan toda la noche juntos. El chico también tiene novia, así que deciden lo siguiente: harían todo lo posible para no ponerle los cuernos a sus parejas. Contarse sus mayores secretos, entrar al baño juntos, reírse el uno del otro, mostrarse todo lo que les avergüenza y ni por asomo darse un beso.
Quizás si se hubiesen besado al día siguiente se molarían menos. En la sociedad de ahora es casi más difícil no ponerse los cuernos. Es como un colega que quería dejar las drogas, y nadie se atrevió a decirle que para cumplirlo lo primero que tendría que hacer es dejar a sus amigos. Otro colega tiene novia y quiere evitar los cuernos. Un amigo en común le propuso una idea: “Para evitar los cuernos puede que tengas que empezar a dejar de salir los jueves, los viernes e incluso los sábados”.
Las relaciones son cada vez más complejas porque la gente ya no quiere aburrirse. Es un error muy trabajoso, eso de tener que hacer tantas cosas todo el rato. De sentir tantas cosas que no se pueden escribir. Aunque a lo mejor el mundo nos brinda un último vuelco. Javier Gomá, un filósofo al que por suerte se le puede entender, defiende que solo se vive de verdad si eliges una experiencia fundamental. Toda una vida haciendo lo mismo, en el mismo sitio, entregado a una sola persona.
Tener amigos más mayores es una ventaja. Una excusa para seguir siendo un baby y un lifehack: todo lo que me pase a mí justo ahora les pasó a ellos unos años antes. Hay veces que no me hace falta ni pedirles consejo. La prota de “La peor persona del mundo” tiene su edad. En muchos momentos de la peli se sintió como en el título pero al final no se traicionó. Fue ella misma. Lo que siempre me han dicho mis colegas mayores sin nunca decírmelo.