Aristóteles definió al ser humano como un “animal político” por su singularidad entre los animales, diferenciándose de estos en la necesidad de desarrollar sus habilidades en un contexto social. Si el filósofo viviera en alguna de las sociedades actuales, probablemente ratificaría su concepto con un caso excepcional que confirma la regla y que denominaremos el “político animal político”.
Esta nueva especie está formada por individuos que han desarrollado unas capacidades específicas frente al resto de animales de su especie: retuercen el lenguaje hasta el extremo de lo inexplicable, es inmune a las incoherencias de su discurso y no responde a estímulos típicos de los animales, como suele ser el comportamiento de huida como respuesta al peligro. Tiene en su mayor exponente al expresidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, quien solo abandonó su puesto a cambio de una tarde de vinos.
La raza primigenia de político animal político tiene su origen en el territorio que hoy denominamos España, y aunque parezca una evolución de individuos del pasado, posee ciertas condiciones que le hacen único. En primer lugar, su permanencia en el poder, que no solo depende de los votantes, sino también de su sumisión al líder de la marca a la que representa. En segundo lugar, sus expectativas de futuro, normalmente condicionadas por las encuestas electorales. Por último encontramos a la hipoteca: si el individuo tiene cierto estatus socioeconómico y un acuerdo vinculante con su banco que pagar, se aferrará a su condición para conservarla a cualquier precio.
La aparición de los autoproclamados “nuevos partidos”, formados por “nuevos líderes” que ya contaban currículum político ha sido el catalizador para la reproducción de la especie, que retuerce su propia condición hasta reducir el riesgo a una expresión tabú en su vocabulario. Todo pasa a ser una mera cuestión de supervivencia.
Aunque la especie tiene múltiples y variados ejemplos por todo el territorio, hay uno donde tienden a confluir: Madrid. Su condición de capital de todo (que se pueda pagar con dinero público) invita a que florezcan casos a lo largo y ancho del espectro ideológico, pero en esta legislatura (unidad de tiempo de la especie) ha tenido una especial afección entre aquellos que pertenecen al partido gobernante o a sus cooperadores necesarios.
Entre los casos más destacados encontramos a cierta presidenta que no ve ningún conflicto de intereses en que su hermano facture millones a la administración que dirige; cierto alcalde que no cree tener responsabilidad sobre ciertos contratos fraudulentos que han firmado sus subordinados; o el caso más vulgar: las vicealcaldesas que dicen exigir responsabilidades políticas en estas situaciones y al mismo tiempo disimulan su incapacidad de hacer algo para mantener el cargo, aunque para ello tenga que retorcer su discurso hasta límites insospechados.
El animal político común se diferencia del animal político al cuadrado en que, por lo general, prefiere comprar discursos vacíos (aunque sean inconsistentes o directamente falsos) que discursos retorcidos. En este punto entra en juego una tercera especie, comprendida por asesores y expertos en comunicación política, que trabajan para los segundos y operan de forma similar a las rémoras. En biología lo catalogan como mutualismo.
En todo este análisis hay un factor diferencial que garantiza la supervivencia del político animal político: la hipnosis colectiva. Su receta se basa en una mezcla de bombardeo informativo permanente, la reiteración de promesas que no se suelen cumplir y la celebración de cuantas inauguraciones preelectorales sean posibles, aunque no haya nada que inaugurar. Esta pócima garantiza que, una vez llegada la cita electoral, el trabajo ya esté hecho o solo dependa de las emociones del votante, no por el grado de ejecución de los compromisos o cualquier tipo de reflexión crítica que requiera ejercitar el cerebro.
Esta baza, jugada por los políticos con cada vez más frecuencia, cuenta a su favor con el hecho de que las “polis” de Aristóteles, ahora llamadas ciudades, son cada vez más grandes a costa del mundo rural; el modelo de sociedad tiende a generar seres más individualistas, y los animales políticos se desarrollan cada vez más solos. Es una pena no tener a Aristóteles para entender el funcionamiento de la sociedad actual, aunque si lo tuviéramos es probable que no fuera escuchado, porque pocos harían por entenderle.