Loquesí y loquenó #34

Lo que me hizo feliz y lo que no del mes de junio.

Lo que sí

Una foto. Este año está siendo distinto porque de pronto algunos de mis amigos son famosos. ¿Cuándo alguien es realmente famoso? El primer finde de junio acabé con Vigu en un garito y un chico vino corriendo a decirme Rodra. Yo no le conocía. Y luego dijo “el nuevo Jabois”, pronunciando la “j” como una “ll”. Y vio al Vigu y se puso contento, y no le quedó más remedio que invitarnos a unas cervezas y pedirnos una foto. Alguien es realmente famoso cuando a tus amigos, no famosos, también les piden una foto. Fran, nosotros también te debemos unas cervezas.

Un rato tumbados en el suelo. El verano no empieza hasta finales de junio, cuando acabo de dar clase en la pista de pádel de Álvaro y me tumbo en el suelo después, a hablar con él. Me encanta hablar con Álvaro. Es como beber agua, pero relajado, después de hacer deporte. La última vez me dijo que él en realidad odia leer, un poco riéndose, y eso que se lee unos cuatro libros al mes. Me acuerdo en la universidad, cuando reservábamos las salas de estudio para poner los pies sobre la mesa y encerrarnos a hablar.

Dos conciertos. Mi padre volvió a dar un concierto con su grupo y fue un éxito. Llenaron la sala Nazca y la llenaron muchos de mis amigos. Marce, Jimeno, Natalia, Cortegana, Andrea, Lucía, Morais, Javi Marín, Alba, Guillorme, Pla, Helena, Jaime, todos los del pueblo, mis alumnos, las madres de mis alumnos. Fue muy guay estar con vosotros.

Andrea me acompañó a otro concierto y fue muy divertido. Montamos en BiciMad juntos y conseguimos que abriera un Burger King que estaba cerrado y nos dieran gratis de cenar. Para la próxima búscate un portal más glamouroso.

Unos mensajes por WhatsApp. Hacía mucho tiempo que no hablaba con María. Hace más que no la veo. En los veranos esperaba que viniese al pueblo como si fueran los Reyes Magos, y nunca vinieron en agosto. En junio volvimos a hablar y al acabar pensé que joder, que el invento de WhatsApp, que seguramente separe personas, ya valió la pena solo por esa conversación. Si la siguiente es aún mejor podríamos esperar diez años para vernos, pero yo creo que mejor que no. A la vuelta de EEUU te estoy esperando.

Un viaje. Por primera vez viajé con mis amigos periodistas. Me sirvió para conocerles un poco más. Con Iñaki no hay misterio: un tipo auténtico. Pantalones cortos, polito de Under Armour y a escucharle hablar. Reparte como nadie. Entra fuerte, impone, pero siempre pasa el balón al compañero mejor colocado.

Me gustaría que me hija se casase con De Grado. Es guapo, no discute, guarda tiempo para tomar el sol y es muy majo. Lo mismo te prepara la barbacoa que te cuenta una historia de la Premier.

Onrubia es con quien más tiempo estuve. Nos reímos de las mismas tonterías, y nos reímos todo el rato, de esas que la gente te mira y piensa que eres estúpido. Lo somos. Me dan un poco igual todas las veces que me odies, porque yo siempre te querré un poco más.

Guille se hizo corresponsal de la noche a la mañana, y como si nada. Se desenvuelve muy bien. Para elegir restaurante, para planear la cena, para hablar con el agente con Mané. Ya solo los aristócratas conservan los buenos modales. Fue a la playa con camisa.

De mayor me gustaría conservarme como Edu. Parece de mi edad y me saca diez años, con su amenaza de tableta, sus cremas de hoteles caros, su pelo tan bien puesto. Su puesto en ESPN. Aún no encontró el amor porque ya lo tiene todo.

Cortegana es mi mejor amigo. Nos parecemos mucho y a la vez somos muy distintos. Por él he aprendido que el amor también es una tarea doméstica. Y en la vida y en el fútbol, importa casi igual lo que haces con balón a lo que haces sin él. Si el mundo estuviese lleno de Corteganas sería la tangana más justa, apasionada, y con el final más bonito.

Que te conozcan un poco más siendo un niño mimado siempre es un peligro. Pero aunque ya no sirva tanto la gente que escriba, siempre serán necesarios los cronistas de viajes. El próximo, con Oier, a Zaragoza o qué.

Lo que no

En junio nos dejó Pedro Ayllón. Todo sigue igual pero en realidad no. Cuando te paras a pensarlo es como si se parasen los relojes. Por suerte Pedro no se ha ido. Cómo se va a ir alguien que siempre seguirá con todos nosotros. Le solía mandar mis textos. Pedro repartía consejos como si fueran onzas de chocolate. En las últimas semanas hablamos de conservar el preciado gen Adarve. Me propuso, siempre fino, guardarlo congelado en un laboratorio. El gen está más a salvo que nunca. El gen Adarve es él. Y lo fue repartiendo, a su justa medida, por toda la gente a la que quiso. Pedro y su Adarve serán para toda la vida.