Este 27 de noviembre se cumplen veinticinco años del fallecimiento, en Madrid, de la poetisa Gloria Fuertes, una de las más grandes de nuestra cultura popular y, en ocasiones, desconocida más allá de sus apariciones televisivas entre los años 70 y 80 del siglo pasado.
Muchos y muchas que nacimos a principios de los 70 la conocimos en un primer momento en su vertiente infantil, no sólo, como digo, por sus apariciones en televisión (Un globo, dos globos, tres globos), sino por las maravillosas lecturas de La gata Chundarata y otros cuentos (1974) o Tres tigres con trigo (1979), y fue fácil, en nuestro crecimiento y desarrollo personal, ir acercándonos, poco a poco, a su extensa y prolífica obra que abarcó, no sólo la citada poesía infantil, sino también aquella para adultos, una numerosa producción musical o las cinco obras de teatro que dejó en toda su carrera como escritora.
En su dilatada obra son numerosas las referencias a su propia (auto)biografía donde podemos acercarnos a ella de una manera amable, directa y sincera: “Gloria Fuertes nació en Madrid / a los dos días de edad / pues fue muy laborioso el parto de mi madre / que si se descuida muere por vivirme […] Quise ir a la guerra, para pararla – me detuvieron a mitad de camino – / Luego me salió una oficina / donde trabajo como si fuera tonta” (Antología y poemas del suburbio, 1954). Ella misma reconocía que su obra era muy “yoísta”, muy “glorista”, y que era fácil reflejar en sus poemas sus estados anímicos, sentimentales, e incluso económicos: “Mi vida es sin sustancia, / no hago nada malo. / Vivo pobre. / duermo en casa” (Aconsejo beber hilo, 1954). Decía que le gustaba mostrar su filiación, dirección y profesión en sus escritos porque así llamaba la atención a “los transeúntes que luego iban o no a transitar por sus páginas”.
Gloria Fuertes está encuadrada en la llamada Primera generación de posguerra, que algunos autores han venido a enlazar con la Generación del 50 (Aldecoa, García Hortelano, Matute, Valente, Gil de Biedma, Martín Gaite, Goytisolo, Hierro y tantos otros), y tal vez lo más desconocido de su obra, como partícipe del denominado Postismo, movimiento nacido en Madrid a mediados de los años 40, con un ciclo muy corto de vida (apenas cinco años), y que varios autores han venido a definir como “locura inventada” o “culto al disparate”. Ella misma, que huía de toda etiqueta, se autodefinió como surrealista “sin haber leído a ningún surrealista”, y después fue, “aposta, postista. Postista que iba para modista”. El Postismo, que también tocaba la poesía social, pretendía agrupar en un mismo movimiento las corrientes de vanguardia anteriores a la Guerra Civil, donde la imaginación y el humor eran, entre otras, características propias de su exposición y creatividad. En el prólogo de sus Obras incompletas (1970) señalaba: “Del «de poetas y locos todos tenemos un poco» (expresión popular) puedo reconocer que estoy algo cabra”, y a continuación nos citaba su “Cabra Sola”: “soy una cabra muy extraña / que lleva una medalla y siete cuernos”. Para algunos autores, Gloria Fuertes hace una personalísima lectura del postismo (aunque huye pronto del grupo). Una lectura que saca de sus fuentes esa especie de estética de clown, el aire de «inocente»; esa postura donde las cosas se dicen como sin trascendencia y como “a lo tonto» (cancioncillas, rima fácil) pero con un doble sentido evidente y profundo. Esa es una clave de su poesía que une lo infantil con lo adulto, lo formal y lo popular (sus poemas remiten siempre a la tradición popular), lo discordante y lo clásico, y que se refleja hasta en su forma de vestir. Y ciertamente tiene que ver también con su condición de mujer en ese mundo de posguerra y las posibilidades de establecer un discurso literario, precisamente, desde esa condición. Sólo posible acaso cultivando esa ambigüedad de las «verdades» de los niños, los tontos y los borrachos.
En el ámbito de las relaciones con poetas y escritores de su generación, habría que destacar el contacto que mantuvo con Blas de Otero, Gabriel Celeya o José Luis Cano. Los dos primeros son los referentes fundamentales de la poesía social española -y de algún modo emparentados con Gloria- con Celaya mantuvo una larga amistad, y a Blas de Otero también lo trató. José Luis Cano -mayor que Gloria- no es «poeta social» pero en los años 50 llevó la revista Ínsula (verdadera isla cultural en el franquismo, y la primera, única que tendió un puente con el exilio) y vio claramente que Gloria era una poetisa mayor, defendiendo siempre su obra, publicándola, incluyéndola en antologías y escribiendo algún ensayo sobre ella, incluso. También y por el lado del teatro tuvo bastante relación con Antonio Gala.
Si bien su vida (y buena parte de su obra) vino marcada por la guerra y la posguerra, también vino influenciada por sus orígenes familiares, con una familia muy humilde (su padre era conserje y su madre costurera) que buscó que ella tuviera la mejor de las salidas (llegó a diplomarse en Taquigrafía, Mecanografía, Higiene y Puericultura), objetivo por el que incluso sus padres le prohibían acercarse a un libro. Pero ella mantenía esa lucha por el amor por las letras, donde su ámbito laboral (como secretaria) lo compaginaba con la escritura y la publicación de poemas, siendo incluso redactora de la revista infantil Maravillas entre 1939 y 1953. El esfuerzo vino recompensado cuando los primeros años de la década de los 60 los pasó en Estados Unidos, donde llegó becada para impartir clases de Literatura española en el estado de Pensilvania.
Los temas que abordaban su obra eran numerosos. Ella misma se atrevió a definirlos en una conjunción expresiva: “Hombre-vida, amor-paz, muerte-Dios, injusticias-guerras y humor-amor”. “No soy paisajista”, aseguraba. Y no, no lo era.
Desgranaba abiertamente en sus versos los principales caracteres de su vida personal: “solitaria (“La Soledad, atroz pelotillera, / te invita a trabajar / – mientras te mata – / y te invita a llorar/ – mientras te seca –“. La soledad. Como atar los bigotes del tigre, 1969); religiosa (“Padre nuestro que estás en la tierra / en el surco / en el huerto / en la mina / en el puerto / en el cine / en el vino / en la casa del médico. / Padre nuestro que estás en la tierra / donde tienes tu gloria y tu infierno”. Oración. Antología y Poemas del suburbio, 1954); enamoradiza (“Y de lo que me alegro, / es de que esta labor tan empezada, / este trajín humano de quererte, / no lo voy a acabar en esta vida; / nunca terminaré de amarte. ”Nunca terminaré de amarte. Todas las noches me suicido un poco”. Obras incompletas, 1980); soltera (“Mi profesión, las letras. / Mi vocación, vivir. / Soltera por capricho”. Mujer de verso en pecho, 1995); fumadora (“¡No vuelvo a beber barro! / – da borrachera atroz a náusea de nichos -; / acércame tu luz, / y fumemos a medias el pitillo”. La vida es un cigarro. Mujer de verso en pecho, 1995); y castiza (“En el solar de enfrente, / han hecho un conventillo / donde las monjas oran por nosotros, / – en el jardín tienen manzanas que no pueden comer – . / Mientras en Madrid quede un organillo…”. Carta de mi padre a su abuelo. Todo asusta, 1958)
Feminista, ecologista y pacifista
La Gloria Fuertes de “fuertes” raíces sociales abrumó con su encanto, su claridad, su sencillez y su compromiso como voz y verso/poema del contexto social y político que le tocó vivir. Son numerosas las referencias en su obra a su condición de feminista y, de hecho, buena parte del mundo cultural reclama hoy la impronta que no tuvo en vida la Gloria Fuertes mujer, junto con otras autoras, siempre a la sombra del hombre y de los escritores “masculinos” con los que compartió generación y profesión. Todo ello en su condición de lesbiana en un franquismo que practicaba la censura y la exclusión como notas de su propia naturaleza. Un lesbianismo que no se reflejaba en los poemas de amor que escribía (muchos de ellos de fuerte carga erótica), sino en esa soledad a la que tanto recurría y en esa continua defensa que hacía de su condición de “bicho raro” o de “verso libre”: “Vivo sola, cabra sola / – que no quise cabrito en compañía- “Cabra Sola. Poeta de Guardia, 1968.
Su denuncia social también llegaba a la defensa de un ecologismo que practicó en vida y que llevó a sus libros, incluso a los infantiles (“Me gusta el mar, / el monte, el río / la cascada, / me gusta el libro, / la música, la amistad, / la playa. / Me chifla todo, / estoy chiflada”. No estoy Chiflada. Versos Fritos, 1995) o de la situación política existente (“La libertad no es tener un buen amo / sino no tener ninguno”. Historia de Gloria. Amor, humor y desamor. 1980).
Gloria Fuertes reconocía en sus entrevistas que la propia Guerra Civil y el momento de posguerra que le tocó vivir fueron determinantes en su condición de poeta, pluma que utilizó en gran medida en la defensa de la condición humana y de la compasión de los desfavorecidos en su vertiente más social (“El hombre es esto que duele, / el hombre duele cuando viene, / cuando se marcha, / cuando se queda, cuando se espanta”. El hombre es esto que duele. Poeta de Guardia, 1968). Aunque se definió apolítica practicó un continuo pacifismo (“Menos mal que soy mujer, / y no pariré vencejos / ni se mancharán mis manos / con el olor del fúsil, / menos mal que soy así…” No sé. Aconsejo beber hilo, 1954) que defendió en una actitud beligerante (sería bueno volver a ella en estos tiempos tan convulsos) contras las armas y la guerra (“soy más pacifista que artista”) y que, al igual que los anteriores temas, llevó a sus versos y poemas: “Deseamos: / Que no vuelva a haber otra guerra, / pero si la hubiera, / ¡que todos los soldados se declaren en huelga!”. (Deseamos. Historia de Gloria, 1980).
Gloria Fuertes se fue aquel otoño de 1998, víctima de un cáncer. En su entierro, en el Cementerio Sur de Madrid, donde se congregaron varios cientos de personas, se dio lectura de un poema que acaba con un “vete tranquila. Yo le diré a todos que no has muerto”. Escribía Gloria Fuertes que “lo mejor del recorrido no es la meta, es el paisaje” y he ahí que ese paisaje que nos dejó y nos marcó (aunque no fuese paisajista) fue el gran regalo que reflejó en su obra, hoy eterna, donde niños y mayores volcamos nuestros ojos, manos y corazones, a la espera de tener, en nuestro “recorrido” vital la inspiración de ver, como ella vio, tantas y tantas cosas.
Fernando Mardones es vecino de Montecarmelo