Editorial | Ramírez, año uno

La redacción del diario Fuencarral-El Pardo.com se suma a las evaluaciones del primer año de legislatura con la publicación de un nuevo editorial coincidiendo con el debate del estado del distrito.


El 26 de mayo de 2019, el Partido Popular perdía sus primeras elecciones del siglo XXI en Madrid, pero la suma de sus votos junto a los de Ciudadanos y Vox harían alcalde a Martínez Almeida sin apenas exigencias por parte de sus socios. Seis meses después se oficializó el nombramiento de Javier Ramírez Caro como concejal del distrito de Fuencarral-El Pardo, cargo que, siguiendo la tradición, aterrizaba con nula relación previa con el territorio.

Quizás sea el pecado de ejercer como concejal por primera vez, pero durante este año no se ha visto cómodo a Ramírez Caro en su perfil de servidor público. Puede que a él mismo le esté costando encontrarlo, y eso que lleva desde más de dos décadas ejerciendo como alto cargo en el sector público. Las comparaciones suelen ser odiosas pero, a la vez, son inevitables, y frente al perfil dialogante y sosegado de Guillermo Zapata, o frente al dispuesto y enérgico González de la Rosa; el actual concejal-presidente ha apostado por diferenciarse de sus antecesores con un perfil pendenciero y huidizo de su responsabilidad como representante distrital.

Su forma de dirigir los plenos distritales, su gestión del simbolismo, sus expresiones en las intervenciones o su preferencia por el distrito de Chamberí no concuerdan con esa regla no escrita de la política local que, por definición, tiende a apostar por la cercanía al ciudadano y a solucionar los problemas diarios. La gestión de lo local es lo contrario a la conversión de los debates en rings de boxeo dialécticos, y en cambio, ha logrado transformar los plenos en teatros con los que tratar de justificar sus emolumentos mensuales.

No parece digno de un cargo público el desconsiderar de manera continuada cualquier postura ideológica que no sea la propia, y sin embargo, Ramírez ha logrado en un año ser reprobado en varias ocasiones por su actitud irrespetuosa frente a la oposición, a representantes vecinales o incluso, portavoces de la Delegación de Gobierno. Las comparaciones seguirán siendo odiosas, pero es inevitable recordar, al mentarle, perfiles como el de Rommy Arce, polémica concejala de Ahora Madrid que no pasará a la historia del consistorio madrileño más que por cubrirse de fango de manera continuada.

Su guerra contra el movimiento vecinal ha sido su principal frente de batalla ideológico, movimiento erróneamente calculado en determinadas ocasiones y que le ha supuesto una notable pérdida de confianza por parte de sus jefes. Así fue como el concejal de Fuencarral midió mal sus decisiones de no autorizar una mesa de recogida de alimentos en Montecarmelo o ejecutar el destierro de la asociación vecinal de Las Tablas. Almeida le llamó a capítulo por hacer demasiado ruido en un momento en el que se jugaba los Pactos de Cibeles, y el único perjudicado de dicha reprimenda fue su hasta entonces asesor, Gonzalo Romero, cesado y utilizado como cabeza de turco de decisiones que provenían del círculo de confianza de Ramírez.

En cambio, también ha sido un servil caballero del alcalde en temporada electoral. En plena lucha con Vox por quedarse con el electorado más conservador, Ramírez cumplió haciendo lo que mejor han sabido hacer ambos partidos en los últimos tiempos: ondear la bandera nacional. Así sucedió en Montecarmelo y Las Tablas, cuyos vecinos pueden observar la rojigualda en el horizonte desde su atasco diario mientras acuden a su polideportivo o centro cultural, fuera del barrio.

En materia de gestión, la crisis del coronavirus ha servido como excusa para tapar todos los posibles flancos de crítica. La participación ciudadana y transparencia pública se ha limitado a lo obligado por normativa, y la atención social ha sido tan escasa que ha convertido al distrito de Fuencarral-El Pardo en el antiejemplo de como gestionar una emergencia: apenas tramitó contratos de emergencia que permitiesen hacer frente a las necesidades de los centenares de familias que sufrieron el confinamiento y que se vieron abocadas a pedir ayuda a las redes vecinales o entidades sociales, a las que Ramírez ha evitado agradecer su labor. Sí se tramitó por urgencia, en cambio, un contrato menor de más de 15.000 euros para pegar carteles donde se daba ánimos al comercio y a la hostelería. Los servicios sociales, saturados, hicieron lo que pudieron.

Todo lo inaugurado hasta el momento, que es más bien poco, lleva el sello de la legislatura anterior; mientras que las ideas propias del actual gobierno son, a día de hoy, provisionales, como la aprobación inicial de Madrid Nuevo Norte o los carriles bus de los PAUs. Sí encontrarán su satisfacción los votantes de Mirasierra, donde el PP ha asumido el voto de castigo a Vox y les ha complacido con el asfaltado de gran parte del barrio.

El bagaje de lo realizado hasta el día de hoy sería inaceptable para un Partido Popular que hasta hace unos meses estaba en la oposición. Será satisfactorio, en cambio, para sus socios de Ciudadanos y Vox, porque Carmena ya no está para convertir a Madrid en Caracas. Cabe preguntarse si, con más de 250.000 habitantes residiendo en Fuencarral-El Pardo, consentirían los populares esta gestión en una ciudad como Vitoria. Los que sí parece que lo consentirán son los votantes madrileños, que ratifican a Almeida en las encuestas y le regalan la mayoría casi absoluta para volver a ser alcalde.