Hace ahora un mes que decidí dimitir como presidente de la asociación vecinal de Montecarmelo. En la última reunión (y primera, tras más de ocho meses pidiéndoselo) que tuve como tal con el Sr. Javier Ramírez, Concejal Presidente de Fuencarral-El Pardo (PP), una vez hubimos tratado los diversos temas referidos al barrio (movilidad, equipamientos, limpieza, asfaltado, etc.), abrió una carpeta con varios papeles que llevaba, sacó una copia de un artículo de prensa, subrayado y con diversas marcas de rotulador en su texto y empezó a hablar. Se trataba de un artículo que yo mismo había escrito (“Concejal en campaña”), a título personal, unas semanas antes, y que el Concejal Presidente quería tratar conmigo, aprovechando la reunión. En el artículo en cuestión, yo intentaba argumentar que, desde que fue nombrado responsable de Fuencarral-El Pardo, había desatendido los problemas reales, no solo del barrio de Montecarmelo, sino de todo el distrito, llevando a cabo una actitud totalmente ausente en el objetivo de mejorar la calidad de vida de sus vecinos y vecinas, adoptando, por lo que podía derivarse de su aparición en redes sociales o en los medios de comunicación, una actitud de campaña electoral permanente.

Por supuesto, era un artículo de opinión (la mía), que podía gustar o no; con la que se podía estar de acuerdo o no, pero que, en todo caso, no sólo no caía en el insulto ni en la falta de respeto, sino que me permitía ejercer mi legítimo derecho de expresión. Pero al concejal presidente no le gustó mi opinión, como así me lo hizo saber. Y, es más, no le gustó que yo opinara. Le comenté que, si quería hablar conmigo por ese artículo, podía llamarme y tomaría un café con él sin problema, pero en la reunión que estábamos manteniendo, no debía producirse ese debate ya que yo firmaba el artículo como “vecino de Montecarmelo”, no como presidente de su asociación vecinal. Pero aún señalado esto, tanto él como su asesor, el actual secretario general del PP en Fuencarral-El Pardo, me trasladaron de muy malas maneras, en ocasiones son inoportunas subidas de voz, un “tú no tienes derecho a opinar”, o un “si quieres opinar, métete en política”. Por supuesto, mi asombro fue total ante este respuesta, no por no esperarla en otro contexto, sino justamente por haberla recibido en una reunión formal de carácter institucional.

Hoy, sin embargo, veo que su actitud, en un contexto de pandemia, en el que debería primar la solidaridad y la cooperación, no sólo no ha cambiado, sino que incluso ha ido acentuándose en su faceta más negativa para con los vecinos y vecinas de Montecarmelo y del distrito. No le bastó cerrarnos el centro de ocio infantil y juvenil, que tanto costó en su día conseguir (somos un barrio joven, con muchos chicos y chicas entre los 10 y 16 años, sin alternativas de ocio). No pestañeó cuando decidió prohibir la realización de varias fiestas de barrio en Fuencarral-El Pardo (también la nuestra). No tuvo problemas en cancelar el proyecto ya aprobado de biblioteca pública. En plena crisis sanitaria, no le tembló el pulso cuando abandonó a los trabajadores de la escuela infantil municipal abierta por la anterior corporación de gobierno. Tampoco se paró a la hora de recriminar a la policía municipal el “por qué” había acudido ésta a las asociaciones vecinales (a la nuestra también) a ofrecer su ayuda durante el confinamiento para cubrir las necesidades de las personas mayores vulnerables (¿?). No se inmutó cuando denegó la realización de una recogida de alimentos solidaria en el barrio poco después de que sus vecinos hubieran donado cerca de 500€ en alimentos a la policía municipal. Y no ha tenido complejo alguno cuando ha desahuciado a la asociación vecinal de Las Tablas del que ha sido su espacio y el de sus vecinos los últimos trece años, asociación que, por cierto, aloja una de las despensas solidarias del distrito a la que acudimos desde nuestro barrio a donar alimentos.

A nivel representativo, sus intervenciones en los espacios democráticos (plenos de distrito, foros, etc.) son, a mi parecer, un claro ejemplo del desprecio hacia ellos. Entiende que la mayoría ya decidió en las urnas (se olvida que ellos no ganaron) y que él tiene la última palabra, en muchas ocasiones, dejando fuera la opinión o el criterio de los partidos en la oposición (incluso de sus socios de gobierno) o haciéndoles el menor de los casos. Su modo de actuar es de entrar lo mínimo en debates y en argumentaciones; cortar de raíz todo aquello que no le guste, en ocasiones, de ciertas faltas de respeto. Ha dejado claro que no cuenta en su acción de gobierno con el resto de las formaciones políticas o entidades civiles, a quienes aparta de toda foto institucional. Y el resultado de todo esto es que, ahora mismo, en el distrito, tiene en su contra no solo a las asociaciones vecinales, sino a las AMPAS de los centros públicos, a los colectivos de docentes o sanitarios o al propio foro local, cuyas mesas asisten perplejas a su total abandono y bloqueo.

Asistimos, quizás, al peor momento de calidad democrática en nuestro distrito, algo que no se corresponde con la imagen que los responsables de la ciudad, el Sr. Martínez-Almeida o la Sra. Villacís, están trasladando a quienes residimos en Madrid ciudad. Y la (triste) conclusión es que no nos merecemos a este concejal presidente. No podemos “disfrutar de lo votado”, porque quienes han depositado su confianza en su partido (tengo muchos amigos entre ellos) no han depositado su voto para apoyar estas decisiones o actitudes.

Cuando el concejal presidente prohíbe una recogida de alimentos solidaria o cierra una despensa para cubrir las necesidades de la ciudadanía que más está sufriendo por la situación actual, no ataca a las asociaciones o responsables de ambas (a quienes detesta, por cierto); ataca a las personas a las que él dice proteger, cuidar y promover en la mejora de su calidad vital y de futuro y que más necesitan de nuestra ayuda en estos momentos. Al vecino que ha entrado en un ERTE y que siempre ha pagado sus impuestos; a la abuela viuda que intenta dar de comer a los hijos y nietos que viven con ella; a la empleada de limpieza del quinto derecha que se ha quedado en paro tras llevar años en duras jornadas de doce horas diarias; a la educadora infantil que enseña las primeras palabras a nuestras hijas; al sanitario interino que lleva tres meses dejándose la piel por nosotros en los hospitales y que no va a ver renovado su contrato.

Por todo eso, no debemos quedarnos quietos viendo tal autoritarismo y tal desprecio hacia la sociedad civil. Su enorme falta de empatía ante quienes él debería responder por sus actuaciones no debería producirse. Su total ausencia de humanidad cuando le niega el alimento a una persona que no puede costearse una cesta básica de alimentos es un atropello a la dignidad de la persona y hay que denunciarlo. Como sociedad civil tenemos el derecho – y la obligación – de responder con argumentos y contundencia democrática ante este continuo ataque a las normas civiles y sociales más esenciales con las que nos hemo dotado y que nos califican como ciudadanos y personas, por encima de todo.

Es hora de actuar. La convivencia en nuestro distrito está en juego.

Fernando Mardones Morales
Vecino de Montecarmelo
Voluntario de la Red de Apoyo Mutuo de Fuencarral-El Pardo*

*La Red de Apoyo Mutuo de Fuencarral-El Pardo está conformada por las asociaciones vecinales, vecinas y vecinos del distrito para atender las necesidades básicas de la población ante las consecuencias más severas, en lo social y económico, que vive la población, derivadas de la pandemia del COVID-19. Desde el mes de abril llevan atendiendo a decenas de familias proporcionando alimentos, apoyo psicológico o escolar, asesoramiento en empleo o vivienda o, simplemente, acompañando a personas mayores en su soledad. Está coordinada con policía municipal, servicios sociales o el equipo de absentismo escolar de la junta municipal, no así con el equipo de gobierno de ésta tras rechazarlo públicamente su concejal presidente, el Sr. Javier Ramírez.